Nací en 1947, año que mis contemporáneos dan como inicio del "nuevo tiempo". Dos imperios mundiales irrumpen para protagonizar la Guerra Fría, cuyo remate es el neoliberalismo, devenido luego en crisis civilizatoria.
Lo hice en México, donde coincidentemente se crea la dictadura perfecta con que nuestra larga posrevolución encuentra su peor camino, así nos conduzca por fin a la modernidad.
Hijo de trasterrados políticos españoles, llevaba a cuestas la batalla contra el fascismo internacional, que en el proceso terminó con sueños trabajados a picos y pianos durante cuarenta años.
Tres exilios me formarían, afirmo. Ese originario de padres y abuelos, el experimentado por campesinos y campesinas trasladándose en masa a nuestras ciudades y un tercero que condujo a mi hermano pequeño hacia una realidad propia.
En la confluencia hallaría tierras traspasadas por siglos y milenios hablando por donde quiera y un planeta de utopías: Cuba, Vietnam, el Che Guevara como omnipresente mito, las luchas estudiantiles, los afroestadounidenses reivindicando su terrible historia.
Más acá el día a día que mi hermano descubrió como ancestral asesinato del deseo. Así me volvería el Idiota, buscando a tientas por caminos imperfectos.
Ora abandonaba la universidad al primer año para perderme en un falso barrio bohemio. Luego y con angustía conocía Europa como Colón enrevesado y por ello ser ínfimo, sin derecho a reinventar cuanto se me diera la gana, al modo de él y sus continuadores.
Hijo de las privilegiadas clases mexicanas, aunque fuera en sus menos prósperas orillas, hoy pretendían prepararme para dirigir un consorcio, mañana era el joven que con los amigos destinaban infructuosamente a inaugurar la intelectualidad televisiva y enseguida, junto a ellos mismos, prospecto de inviables cambios educativos y culturales.
Para entonces esa cofradía había ido aquí y allá entre obreros y campesinos a quienes, si era el caso, se les negaba la condición de indígenas.
Mientras, criaba una no familia con dos hijos, sin que mis contrapartes, las vecinas, se decidirían a reconocerme como tal, y asistía a una insurgencia de mujeres y homosexuales comprometidos.
Hago alto ahí, a mis treinta y pocos años, para presentarles un trabajo comenzado en la vejez tal y como puede esperarse: a lo caótico.
Se trata de blogs históricos, sociales, personales sin afanes autobiográficos, y videos hechos como Santa Utopía me da a entender.
Entretanto viajo por el mundo según está a la mano: virtualmente, a veces merced a un espacio en que por treinta semanas mujeres de diversos países americanos nos mostraron las intimidades del continente.
Lo emprendo también hacia el pasado con mi abuelo muerto en 1950, para encontrar como "todos los sólidos" empezaron a desvanecerse "en el aire", en palabras de Carlos Marx.
Compongo, entonces, una suerte de memorias de mis tiempos hasta hoy y mañana, si se puede.
"Odisea 2001" |
Divido temáticamente eso que titulé Cuadernos. Escritos en viñetas, crónicas, diarios, con frecuencia ayudado por clips musicales, noticiosos, cinematográficos, léase cada uno aparte o saltando entre ellos. Pueden aparecer entonces bloques como el siguiente:
Grito, 2014
¿Argelia en los 1950s?, pregunto para los demás, y para mí: ¿En verdad están cagados de miedo? Sí, de sí mismos, de lo que están preparados a hacer a la menor provocación.
-0-
Esa viñeta decidirá a familiares y abogada de Julio César a encargarme un libro a hacer en seis semana, presentando su caso ante la corte internacional contra la tortura.
1492
Eso firmó mi abuelo cuando entre 1936 y 1938 dirigía una pequeña república semiautónoma en lucha, más que contra la España Negra fustigada por el poeta, para detener a Hitler y Musolinni.
Lo vemos aquí participando a su pueblo la protesta hecha.
Murió en 1950 y cincuenta años después vino a vivir conmigo para cuidar el libro que escribía sobre aquellos asuntos.
Hoy, cuando inicia la crisis civilizatoria que con suerte puede llevarnos a sociedades más solidarias, libres, equitativas, emprendemos juntos una aventura rumbo a pasado y presente, ayudando según nuestras fuerzas.
Iniciamos por ese año que el abuelo gusta llamar del Maléfico, para saltar después según se necesite.
Colón trepa a sus carabelas, pequeñas naves casi recién nacidas entre portugueses y gracias a los marinos que andan hace mucho el Mar del Norte, y no sabe quiénes operan la obra en secreto sin darse cuenta bien a bien de sus consecuencias.
Simplifico extraordinariamente los hechos para un mejor entendimiento, porque nada es comprensible en la cristiandad latina o Europa centro occidental sin el papado y otros grandes agentes.
Cinco exactos siglos más tarde alguien escribiría en infame tono melodramático: "En tiempos muy antiguos existió un gigante guerrero, triunfante, dominador. Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido,
torturado, fue dado por muerto, encadenado por múltiples amos (...) Entonces, el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."-¿De qué hablas, buey? -pensé apenas leer a ese alguien que pronto codirigiría el Banco Central Europeo. -Tu guerrero nació poco a poco en los ocho siglos llamados medievales, y lo de gigante y dominador cuéntaselo a tu abuela, pues se echa al océano ahora porque no puede con el Islam, quien le cierra las puertas a China, esplendor de esplendores que todos procuran. Y corrieron con hartísima fortuna si pensamos en "América", continente inconcebible para ustedes.
"De otra manera ni en jarras la magna obra. A cualquiera se le ocurre tomar un cálculo simplón sobre nuestra esfera terráquea. Era tres veces mayor. Neta, no por nada Portugal echó a patadas al Almirante."
En fin, eso y bastante más se permitirá su cultura para adulterar la visión de un mundo que depredará a ritmos escalofriantes para el mismísimo Angel Caído.
-Espera, te pongo un mapa -sigo despotricando contra Monsieur Mentira, como deberían llamarlo.
-¿Sufriste mareos? Porque esa obra cartográfica tiene como eje china y no tu continente, como empezará a suceder unas décadas tras los viajes del aventurero genovés, alias don Cristóbal.
-Menudo truco. Desde ese momento y sin faltar minuto susurran al planeta: El centro de la tierra somos nosotros.
Mal nombrada
Empezamos ella con un ¡Igualado! y yo un ¡Perfumada!, onda Elsa Cárdenas-Pedro Infante en Cuidado con el amor, que no tuvimos, ni el cuidado ni el amor.
¿Que
me la comería si dejara? La noche de leer juntos en un genial antro, le
dije que era la primera mujer en mi vida con quien me sentía en
desventaja. No se trataba de la edad, pues otras jóvenes me
acostumbraron al descaro. De conciencia de inferioridad iba el asunto.
A cambio nos igualó la risa, el respeto por las mutuas vidas y el cariño.
Se
fue de viaje y puntual avisó, sabiendo cuánto el equilibrio de mi
cabeza necesita su presencia virtual, así nos veamos las caras a ratos.
Está
enamorada, creo, pues no hablamos del tema, y yo sigo entre el recuerdo
de la Inesperada, los suspensos con la Imprecisable y cualquier
fantasía a modo, hasta las que la involucran, sepan perdonarme, ustedes y
ella.
-0-
Al día siguiente, dice uno cuando al escribir lo de aquí arriba llevaba cuatro horas en él, así supiera lo que no sabe el Luís
Al dizque otro día, pues, chinguiñoso me encuentro con un nuevo desatino de la mentada (jjj), que esta vez musicalizo como ella espero quisiera (deje pasar los primeros compases: no encajan ((uuummm, jjj)) hasta el sax).
Corto el poema ahí, apenas comenzar, por no plagiarlo de alguna manera, pues el nombre de la Mal nombrada no es el de su cuenta en la red social. Como sea, después de leer eso no sé si me atreveré a saludarla al rato, mañana, durante el juicio final. Tenía razón: me siento en desventaja con ella, así alardee con mis juegos de palabras:
La Tera, ¿de casualidad tendrá acceso a una
grabadora digital, porque no encuentro la mía (pa masturbarme la hallo rapidito,
pero en tratándose de trabajo jjj)
Mucha leidi, sí, mucha, para cualquiera, creo desde la primera vez de verla y pensar A esa no la dobla nadie, menos un hombre.
La
noche en que leímos juntos para otrxs, el antro no se le acabó hasta el
amanecer, amansando bureles cuyo trapo no rojo sino negro y arriba de
las rodillas atraía las embestidas. Cuando las cervezas en el
refrigerador desaparecieron por su largo acto de magia, se echó a dormir
sepa dónde, pues mendo -yo, para los nacos, jjj- para entonces con mi
pijama de patitos retozaba en la cama.
Ni
idea sobre el momento en que la perderé de vista, quizás el domingo
siguiente al miércoles en el cual estamos. Cuanta mujer encuentre por el
camino de aquí hasta darlas (aprovéchese si quiere, Mal nombrada,
que me puse profundo y los albures no me andan) la descubrirá, porque
nunca nada se da en maceta, de unidad en unidad, y alguna milpa la
produjo, seguro y en consecuencia vaya a calcular yo cuántas Aguamieles
que rajan la garganta circulan por ahí.
Siluetas I
Tengo quince años y entro al último de los cursos preuniversitarios. En el anterior desapareció el yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de nuestro mundo escolar, en el frontón, en el recoveco al fondo del campo de futbol, los baños o cualquier espacio poco frecuentado donde me aceptaban los rudos que probaban el carácter.
Muchos metros de gentío me separan del juego ese que, sin embargo, hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé, encontrarme no frente a frente a la jovencita más bella que creo haber visto, sino según se debe: semiescondida entre el aleteo de sus súbditas.
Para mí la vida ha sido muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece tratarse al paso. No decido si asomarme a través suyo o alejármele a toda velocidad. Las vacaciones entre cursos antes de sacar partido de las luminarias, ha sido una mañana tras otra de espanto ante el espejo. Algo terriblemente oscuro aparecía en aquel rostro, deformándolo. Por eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a una droga, y esa oferta de la princesita promete que todo andará bien de ahí hasta el fin.
Aunque el premio mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la delantera. La voz de uno de los invariables remedos de cantantes dice debatirse entre y la vida y la muerte, al descubrir tras una ventana las sombras de una amartelada pareja en la que un ridículo coro denuncia la traición. El tipo repite la historia para terminar descubriendo, ni más ni menos, que equivocó la dirección del amor de sus amores. No importa sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía y las apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación caricias y delirios imposibles de cumplir.
Al menos entre las crecientemente gruesas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos. Suicidas, he dicho, y de nuevo parece un exceso y no lo es.
Mientras, nuestras baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se disputan lo mismo una fiesta que una mirada.
Utopía, modelo urbano
De
plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en
el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos
estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en
alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los
gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas!
-refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de
prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y
otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en
el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina
la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de
Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés
terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían
del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de
trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo
construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con
Alfredo Domínguez, antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo
organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la
oportunidad de estar otra vez con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración
de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y
de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de
Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela
las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus
geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.