domingo, 25 de abril de 2021

A manera de introducción

Soy mexicano de primera generación no solo porque mis padres nacieron en otro país, considerando que la nación Estado y el sentido patriótico moderno se construyeron tarde aquí y en muchas partes del mundo.

A mi propia familia originaria, pongamos, le llamaban española y entre ella hubo quienes al marcharse añoraron exclusivamente la cuenca minera donde crecieron.

En aquel México, siete de cada diez eran campesinos y campesinas que habitaban comunidades menores a doscientas cincuenta almas y asumían como propias nada más las comarcas, comunidades o etnias nativas. Se sentían o chihuahuenses o pertenecientes a tal o cual zona huasteca o a lo llano Ñuu Savi, como se reconocen todavía algunos de quienes habitan la Mixteca oaxaqueña y guerrense, por ejemplo.

Chilangos, sobrenombre despectivo, resultamos todas y todos en nuestra gigantesca ciudad central, gracias a escuelas y discursos comunicacionales.

Al tiempo me universalizaba comenzando por mis  orígenes, que resultaban de una mal llamada Guerra Mundial implícita en las desgracias familiares inexplicables sin los aviones nazis y la infantería del fascismo italiano y una traición vil de Francia e Inglaterra. Y también porque papá y mamá introdujeron en casa la Guerra Fría protagonizada por Estados Unidos y el bloque socialista; Argelia insurrecta, Cuba y su revolución... Cuando la adolescencia se volvió angustia, el Che Guevara y la resistencia vietnamita servían de bálsamo...

Con los años mi país se estrechaba o dilataba conforme conseguía o quería involucrarme en él.

Esta es una crónica interminable porque usando el recuerdo de mi abuelo digo aventurarme a su lado tan lejos como podemos. Incorporo a ella este México que hacia 2015 presagié estallaría al fin tras tres décadas nefastas compartidas así o asá por la tierra entera.            

Lo hago en crónica y ficcionando lo poco necesario para el propósito. A ratos me ayudan la literatura y el cine, en busca de hombres, mujeres, niñas y niños cuyas historias reflejen a quienes no tuvieron voz ni fueron nombrados.

Vamos hacia pasado y presente cuando alcanzamos la crisis civilizatoria que tal vez materialice grandes utopías. Para ello apelo también a charlas, entrevistas, conversatorios, organizados o descubiertos durante la pandemia.  

Mi arranque es una revisión del planeta, a la cual me dediqué mientras entre 1986 y 1992 hacía De México y de indianos. Seguía allí los caminos que abrieron trabajos monumentales: La invención de América, de Edmundo O´Gorman; Europa y la gente sin historia, de Eric Wolf; La expansión marítima europea, de Pierre Chaunu; La disputa del Nuevo Mundo, de Antonello Gerbi, y Los salvajes y los civilizados, de Urs Bitterli.

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Esta Crónica se suma a una decena de cuadernos, como llamo a los blogs, que inicié en 2006. Tratan temas muy diversos: históricos, sociales, personales sin propósitos autobiográficos. 

En ellos quisiera imitar a Bob Dylan, juglar mayor contemporáneo que con numerosos otros y otras y aprovechando nuevas tecnologías musicales creó una cultura

Materializó así simpáticas obsesiones mías surgidas en jardines universitarios en los cuales me refugié para no asistir a clases. Quería hacer una Comedia Humana sin letras, que atestiguara el rico alrededor. Como él, quien cronicaba al imperio asaltado por jóvenes y pueblo y no al Nuevo Régimen francés, de burguesía irrumpiendo con aires aristocráticos, de Balzac. 

A ese Mr., como le digo, lo dieron por muerto en los 1980 y resurgió -¿recuerdan la caída del bloque soviético?-. Y de nuevo al llegar el apocalipsis siglo XXI. En consecuencia, estuvo dónde debía cada vez.

Sentí ver la luz en 1979, cuando inesperadamente me encargaron a solas un suplemento cultural de doce páginas. Para llenarlo mi vida diaria se volvió crónica: bailes con músicos cubanos que volvían a asaltar México; idas al cine, paseos a los hijos, charlas entre activistas campesinos, obreros, urbano populares; fiestas organizadas por la comunidad gay, cuyas enseñanzas nos transformaban, o de hippies evolucionando hacia el ambientalismo; comidas en casa que reunían a mujeres retando al mundo; playas irreverentes y una ciudad que se buscaba a sí misma cada vez más lejos. 

La experiencia duró dos años y por pruritos contra las atmósferas literarias rechacé luego una generosa oferta hecha por el gran cronista nacional. Etcétera. 

¿No pueden ustedes tomar mis cuadernos como álbumes del hoy premio Nobel? Háganme la valona.

Claro, necesitarán a un egiptólogo o alguien por el estilo para traducir la lengua cifrada que empleo, pues retrasado en la tarea intento contar en diez líneas lo reclamado por treinta, cuarenta o cien. 

No tengo el don del susodicho, cuyas composiciones encuentran afortunadas figuras de palabras y música para contar y se ayudan con instrumentistas, productores, micrófonos, etcétera, que hicieron una carrera paralela a él. 

Sino hubiera parado en 1980... Imaginen cuánto acumulé semana a semana desde entonces.

Con todo, tal vez pueda rescatarse media docena de discos. El resto queda como ensayos grabados. Sonrían, por favor.      

                 




Lo que debería seguir

    Esta Crónica Interminable tiene un orden plausible hasta donde se muestra, que es su primera parte. Como se aprecia en el archivo del bl...